Autor: Jorge Moraes
LOS 80 AÑOS DE CASA DE SALTO
En agosto se festeja el octagésimo aniversario de la fundación de Casa de Salto. Eso es así. Un
mojón histórico. Pero a nadie escapa que la historia de los clubes de residentes o casas
departamentales está aún por escribirse.
Y lo está porque al migrar a la urbe montevideana, los oriundos de cada departamento -sobre
todo de aquellos más alejados en tiempo y espacio- quisieron atesorar en su residencia o en su
lugar de ocio, un pedacito del pago chico: fueran los cerros chatos, fueran los naranjales, el
Olimar que pasaba o la “vulgar y humilde Mariamol”.
Algún registro queda, y mucho más lejano en el tiempo: un pedazo de Salto, que no tenía
“Casa de” como nombre, sino “Consistorio del Gay Saber”. Porque a principios del siglo pasado
-y no precisamente en el Parque Rodó- sino en un apartamento de la Ciudad Vieja vivía un
núcleo de estudiantes salteños que se había radicado en la capital, cerca de la Universidad,
situada en Sarandí y Maciel, en ese entonces.
Ese grupo acaudillado por Horacio Quiroga, y formado además por Federico Ferrando, Julio
Jauretche, Alberto Brignole, Asdrúbal Delgado y José María Fernández Saldanha, amén de la
entelequia de crear un nuevo estilo literario, dejó registro en telegramas o disparatadas cartas,
de la necesidad de radicar el terruño. Esos testimonios escritos que enviaban los que
permanecían en Montevideo a sus compañeros, que ferrocarril mediante, se iban a
reencontrar con sus familias en Salto, son de por sí motivo suficiente para dar razón a la
creación de un lugar físico de reunión de coterráneos, por fuera del de residencia.
Entre aquellos balbuceos del 900 y la fundación de una Casa de Salto, transcurrió cuatro
décadas. Cuarenta años durante los cuales, otros soñadores, quizás apadrinados por alguno de
aquellos del Consistorio, reunidos tal vez en bares o parques, empezaron a delinear lo que vio
la luz el 31 de agosto de 1943.
Aunque en realidad no fue precisamente en un parque. Tampoco en un bar o en una plaza. Fue
alguna pieza del Ateneo de Montevideo que sirvió –a manera de piedra fundamental- para que
catorce salteños y salteñas (porque en el núcleo había dos damas) reunidos en asamblea
decidieran la creación, y a la vez constituyeran la primera directiva presidida por el Dr. Leal.
Ese mismo impulso los llevó a la creación de una comisión para la redacción del estatuto
constitutivo que regulara sus fines y funcionamiento.
Movidos por esa inercia de toda joven construcción, se abocaron a la búsqueda de sede,
porque el funcionamiento en casa ajena o casas de todos -como era el “Ateneo de
Montevideo”- no se ajustaba con lo que se quería para el futuro. La inquietud se sosegó
rápidamente al conseguirse una casa de la calle Florida 1453 para funcionar provisoriamente.
Concordante con el aumento del caudal social se incrementó la necesidad de ambientar
reuniones más numerosas, de diversificar actividades, de superposición de fechas, por lo cual
ese primer enclave quedó chico.
Fue así como surgió la urgencia de alquilar algo que se ajustara más a las necesidades de
todos, tanto por tamaño como por ubicación geográfica. Siempre alquilando; siempre
sabiendo que se estaba en casa ajena; siempre con el sueño del techo propio durante largos
años, la grey salteña, constituida por estudiantes universitarios, pero también por
profesionales, empleados o simples migrantes en busca de las mejores oportunidades que
brinda una gran urbe, se pusieron al día con el terruño. Se pusieron al día con los coterráneos
evocando los naranjales y el Salto Grande, sentándose en los bancos del Parque Harriague a la
sombra de alguna anacahuita a cubierto de los soles veraniegos, en la sede de Colonia 1183, la
que se alquila al año siguiente a su fundación.
En ella soñó Leandro, el futuro arquitecto paisajista de reconocida trayectoria internacional
con una asociación de estudiantes salteños, antes, mucho antes de ser el encargado del diseño
de los jardines del Palacio Real de Madrid, ex-sede de la monarquía española. Antes mucho
antes de diseñar los Jardines del Descubrimiento contiguos al Parque Solari cuando sólo era un
estudiante soñador.
Ella cobijó la pueblada del 64 que viajando en camiones se vino a la capital para reclamar la
construcción de lo que después constituyó la Represa de Salto Grande, ya que si bien había
fondos para la marcha, no así para el hospedaje hasta volver.
Y fue precisamente, en ese año que mediante ingentes esfuerzos, idas y venidas, contactos y
compromisos, del Consejo Directivo o de la subcomisión edilicia, actuando todos de forma
honoraria que se logra la compra del suelo propio. La sede que hoy, no con la cara lavada, sino
con un remozado total se yergue majestuosa en Blanes 1053. La vieja casona de comienzos del
siglo XX transformada en un edificio de 3 pisos.
Claro que no fue por generación espontánea que de la nada, la vieja casona pasó a lo de hoy.
Mucha agua debajo de los puentes tuvo que pasar. Muchas horas y días. Muchas reuniones.
Muchos problemas a resolver a todo nivel. Situaciones a veces casi desesperadas. Riesgos
financieros. Quiebres institucionales. Cambios de paradigmas o simplemente cambios de
época. Nuevos tiempos a los que hubo que adaptarse en aras de un fin mayor como era
mantener y hacer avanzar el viejo anhelo de la casa propia: un cachito de Salto incrustado en
Montevideo donde, cada tanto, intercambiar vivencias o revivir viejas amistades a la vez que
se están cosechando otras.
Y a pesar de todos los pesares, con el esfuerzo de muchos, a lo largo de los años se pudo lograr
lo que hoy. Esfuerzos de todo tipo realizados por las sucesivas directivas que cada tanto (por
motivos especiales, como lo fue últimamente la pandemia) se renovaban total o parcialmente.
Y no por ser elecciones parciales, sino porque algunos nombres se repetían. Personas que
dejando a un lado situaciones personales, asumieron el compromiso de bregar por la Casa de
Salto. Incluso renunciando a cobrar por sus servicios, profesionales, fundamentalmente, como
es el caso de la subcomisión edilicia, o de profesionales de otras ramas que contribuyeron con
su expertise a solucionar problemas o a llenar vacíos, para los cuales, de otra forma, la
institución no podría haber hecho frente, fueran registros contables o certificaciones
notariales. Pero también empresas, que donando materiales hicieron posible obras que, de no
haber sido así, aún estarían en construcción, u otros organismos de gobierno a los cuales se
apelara para solicitar ayuda financiera o mediación política, cuando lo recaudado por cuotas
sociales no alcanzaba y hubo que recurrir a esa instancia para terminar obras o acelerar
trámites burocráticos.
¿Y por qué no la tercerización de servicios o el arrendamiento de las facilidades edilicias con
las que cuenta la sede como el alquiler del salón, la barbacoa o toda una planta para la
instalación de un gimnasio? Es no sólo aportar a las arcas de la institución para cubrir su
presupuesto que a medida que iba creciendo, concomitantemente, también aumentaba. En
todo esto surgen contingencias a las que hay que hacer frente que necesariamente conllevan
desafíos agregados para las directivas de turno. Desde una simple firma a un retiro bancario.
Desde un trámite en un juzgado a reuniones de conciliación ya sea para atender reclamos o
para requerir un resarcimiento. Y no sólo asesoría o respaldo legal o financiero sino incluso
político-burocrático para acelerar un trámite. Y siempre hubo quienes tomaron la
responsabilidad. Dar nombres implica -por lo general- olvidos, de allí que siempre sea
preferible destacar acciones que una tras otras, las sucesivas directivas de Casa de Salto,
realizaron.
Siempre con un norte que fue mantener, hacer crecer y consolidar la institución desde su
fundación a la fecha.
¿Es necesario destacar, cual una memoria de rendición de cuentas, los sucesivos logros?
¿Es necesario publicar una lista con la totalidad de las actividades realizadas?
¿Es necesario enumerar la integración de cada una de las directivas y las subcomisiones
respectivas durante los ochenta años que hoy se conmemoran?
Creemos que no, porque Casa de Salto es una obra de todos los salteños- radicados o no en
Montevideo- que a lo largo de estos ochenta años, y quizás desde antes –cuando no era más
que un sueño- se fue gestando. Del impulso inicial, de sus tímidos comienzos en una reunión
“de familia” casi, en el Ateneo de Montevideo, a esta realidad de un edificio en regla, propio,
amplio y cómodo, con cientos o miles de socios, muchos almanaques se han gastado. Y
muchos más seguramente se gastarán. Para ello es necesario no sólo anotaciones de
realizaciones en sus renglones, sino actores comprometidos que las ejecuten.
De eso estamos seguros.
¡Felices ochenta años!
¡Salud!
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